Los símbolos de lo perdido

Foto tomada desde el interior de Café Pasaje en Bogotá.

 

En ese punto sales a la calle y te decides caminar hasta que el sueño te quiera hacer volver. Encuentras los callejones que otrora anduvieron personas igualmente tristes como vos, pero que no tenían afán y tal vez sí en alguna parte los esperaban. Miras los libros que se extienden en la 8va y de súbito, ciego, entras al segundo piso de una librería encantada y te quedas por un largo tiempo oliendo las viejas ediciones de literatura colombiana. Hay miles de huellas dactilares en esas páginas; algunas muchachas dejaron sus besos marcados con labial de ceniza, entonces recuerdo a Eduardo Castillo que buscaba su novia «dispersa y difundida en todas», y creo que esos besos contra el olvido son para él. El poeta más feo del mundo. Alguien responde en un libro de García Márquez un mensaje del que imaginó ser destinatario: «eres tú con quien he soñado». Otra persona tan sólo no encontró una libreta de apuntes y anotó en la primera página de los versos de Gaitán Durán: «Ana, llevo una hora entera esperándote. 13 de mayo de 1970». Cuántas dimensiones tiene la espera, ¿no?

Y cuánto tiempo vos llevas esperando, digo, buscando algo por la ciudad. Tal vez caminas por ella como por la vida, porque sí. Lo cierto es que tus ojos dicen lo contrario, y tus manos imperfectas, con la ansiedad con que muerden el aire, con la desesperación con que miran, a su manera, los objetos más anodinos. Tu cuerpo desvencijado habla mejor que vos, dice que te quieres quedar, o dormir sobre la tierra el resto de tus días. Pero cuando hablas te quieres ir, tus palabras se quieren ir, como cuando vas en busca de un café y te encuentras un amigo que te pregunta qué llevas en esa bolsa. «Besos de muchachas muertas hace tiempo», le respondes. «¿Vamos por un tintico?» «Ahora no, ya quiero volver a casa, tendrá que ser otro día». Lo evades, hay un no sé qué en la soledad que disfrutas tanto como el café, y mejor si las dos cosas se dan juntas.

Vas por la plaza con el nerviosismo de una paloma que teme la hieran los peatones. Entras al café y sientes el alivio de estar a salvo de tu imagen de hombre apresurado por la calle. Hay algo que buscas en todas las cosas, algo que no tienen los ojos de nadie en esta ciudad. Pides un tinto oscuro, grande. Cuando menos piensas el sueño te quiere hacer volver pero no sabes a dónde. Más te vale dormir en la mesa y que te engulla el tiempo antes de recordar que eres de ninguna parte.

Albeiro Montoya Guiral

Autor de los libros «Una vida en una noche», «Celebraciones» y «El aprendiz de tahúr». En Twitter: @amguiral.

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