Poemas – Ángela Álvarez Saéz

Imagen de un nuevo universo

Les presentamos tres poemas aromáticos que rodean el cauce de las aguas venidas del centro del universo, con el único fin de que la tierra que nos sostiene en pie permanezca húmeda, de Ángela Álvarez Saéz.

 

 

Mi nacimiento o Nacimiento

 

La tierra no me sirve de soporte.
No me basta con el cuerpo que da vida.
Las pezuñas del mamífero se agarran
al lugar ilimitado, al cuerpo de la tragedia.
La tierra no me sirve como círculo.
Hilo las raíces que me atan únicamente a mi condena.
Sueño con un ánfora que no me obligue
a derramarme ciegamente, con un embrión
que me otorgue el don del nacimiento.
Más allá del elemento creador,
el mar es mi verdugo
y mi carne un signo en el que clavar puñales.
Algunas noches, doblegada por el miedo,
dejo a los salvajes devorar los restos del naufragio.
Luego, abandono a la criatura
sola,
enroscada en la jauría,
y erijo un altar en el que mi cuerpo se sostiene como muerte.

De La columna rota

 

 

La siembra

 

Y aquí yazgo, madre,
sobresaliendo de la tierra la prominente barriga.
Mis brazos, manos, piernas, ojos,
se han integrado tanto en la arcilla
que ya no siento que esté viva.
Todo rodea el vientre.
Doy vueltas, madre, doy vueltas alrededor
de tu vientre. Su piel es porosa
y su olor desunce los significados.
Se acercan unos niños.
Oigo sus palabras inocentes
al encontrar la misteriosa redondez
que da sentido a sus huellas. Ya llegan, madre,
los padres de esos niños que desencadenarán
violencia, raptos y más tarde la guerra.

De La estación de las moras

 

 

Compartimento C, coche 193

 

Versión del cuadro «Compartimento C, coche 193»
de Edward Hopper

La luz entra a través de la tarde y se posa en sus manos como un campo rojo, como una higuera de paz y de silencio.
Los segundos se abren a las orillas del tren,
dejando un rastro de caracolas y caballos naranjas.
Y a su alrededor, el tiempo se expande como un trigal hasta el horizonte.
La luz, piensa ella, es el águila calvo que titila por los libros de algún escritor japonés, alimentándose de los sueños del mundo.
La luz, ya casi extinta, cae sobre el lomo del tren,
como si éste fuera una ballena plateada a punto de salir del mar,
a punto de ocultarse entre los arcos de una catedral de agua.
Y mientras, un paisaje de ríos y de bosques pasa rozando su mirada,
vienen desde lejos estatuas, cuerpos de arena que alargan una mano hacia su memoria.
Recuerdos que se abren como alas de maíz sobre la herida.
Hay un pueblo que se acerca por el oeste, sobre el viento amarillo y el olor a finales de verano.
Cuando la infancia se mecía como caballo de cartón sobre las losas de un cuarto húmedo.
Cuando las colmenas se agolpaban en el aire cargado de lluvia y de lenguajes remotos.
Cuando en las despensas crecía una luna vegetal y las enredaderas de miel tenían la estatura de un niño.
Un pueblo que se riza como una nube y desaparece con el humo blanco del tren sobre las vías.
Más allá, otro recuerdo abre sus puertas, y ella cruza sin preguntar nada,
sin atreverse casi a respirar, ni a poseer un nombre.
La mujer camina sola por las grutas del subconsciente que se eleva como un muro de agua infranqueable,
como un desierto del que brotan arrecifes de coral y desfiladeros abiertos en la carne de una máscara egipcia.
Y la mujer sueña que es un sauce creciendo en algún lugar exótico,
arrastrando sus pies descalzos por los jardines de la Reina Sisodia, aquélla que murió por contemplar de cerca la vida y sus relojes infinitos.
La tarde deja paso a la noche.
Y al tren le nace cola de sirena,
en recuerdo del mar y de la magia perdida.
La mujer sueña que el tren en el que viaja es un pescado enorme que nada por las aguas circulares del olvido,
comiéndose las vidas de los viajeros que encuentra a su paso, para que en el interior de sus vísceras de leche se transformen en algo sólido y tangible,
en un girasol que se curva para recibir la luz de la memoria.
Seres extraños se conjuran en la oscuridad, batiendo sus alas melancólicas, abriendo y cerrando heridas inmemoriales.
A lo lejos, aparece un pensamiento entre la bruma,
derrumbándose, después, como un dios degollado sobre los raíles.
Y la mujer sueña y sueña, levantando la vista del libro y contemplando el paisaje a través de esa ventana veloz, a través de ese hueco que se abrió entre las escamas del pez, entre las raíces de su corazón de abeja.
Sabe que pronto llegará a su destino, que las luces se acercarán como luciérnagas atrapadas en los hilos de la noche.
Sabe que todo lo vivido no será más que un sueño cuando baje al andén, cuando deje de sentir a esa extraña que vive y respira dentro de ella.
La mujer hunde las manos como redes en su memoria y encuentra una isla.
Nadie sabe en qué lugar crecen los sueños, como estrellas de mar secándose al sol del mediodía.
Cuentan que una noche cada trescientos años, un tren abandona sus raíles y llega a la isla de los sueños perdidos.
El tren está llegando a la estación.
Y a la mujer le crecen alas de arena.

Accésit en los Premios de tren «Antonio Machado», publicado en antología junto a los ganadores.

Ángela Álvarez Saéz. Madrid, 1981. Licenciada en Derecho. Fue becada por la Fundación Antonio Gala para jóvenes creadores en la rama de creación literaria durante el curso 2005-2006. Ha publicado La torre de las tortugas (Premio Antonio Carvajal), Metales en la voz (Premio Gran Hotel Canarias), Las versiones del tigre, De conjuros y ofrendas, La columna rota y La estación de las Moras (XXXIV Premio Carmen Conde). Ha sido incluida en las antologías El día que nevó sobre el naranjo, y En el viaje, aquellas cartas. Además, poemas suyos han aparecido en varias revistas literarias como Nayagua o La manzana poética. Ha obtenido, el XV Premio conmemorativo Luis Rosales (Cadena Cope y Obra Social Caja Madrid), el Primer Premio del V Certamen internacional de poesía Café de Oriente «Gerardo Diego», el premio del Certamen jóvenes creadores del Ayuntamiento de Madrid, el Primer Premio del Certamen Florencio Quintero, el II Certamen de poesía Alfambra, el X y XI Certamen de Mujeres Creadoras (Ayuntamiento de Baena) y el Premio «La voz más joven 2011» (obra social Caja Madrid). Asimismo, ha sido finalista del 61º, 64º, 65º y 70º Premio Adonáis y accésit en los Premios Antonio Machado del Tren.

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

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