«Trigal con cuervos» y otros poemas de Wilson Pérez Uribe

Imagen: Buse Doga Ay 

 

En nuestra edición de agosto, Estéticas, nos complace publicar una selección de poemas de  Wilson Pérez Uribe (*), pertenecientes al  Libro de la mirada, editado por Pre-Textos en el presente año.

 

 

Trigal con cuervos

 

Un pájaro en la jaula, en la primavera, sabe muy bien que hay algo para lo cual serviría, siente fuertemente que hay algo que hacer, no lo puede hacer. ¿Qué es? No lo recuerdo bien, después tiene ideas vagas y dice: ‘Los otros hacen sus nidos y tienen sus hijos y crían nidadas’; después se golpea el cráneo contra los barrotes. La jaula sigue allí y el pájaro vive loco de dolor.
Vicent Van Gogh. Cartas a Théo, Cuesmes, 20 de agosto de 1880

 

Pero el pájaro ignora
que su vuelo es el trazo
de una obra inacabada.
El pájaro es el blanco
donde el color es la flecha.
El pájaro es la voz de la huida,
sabe que arrojarse
a los trigales es dibujar
en el aire una sombra.

El mundo del pájaro
está en dar un salto
sobre el fuego.
Su breve vida
es el resumen
de una jaula
que no sabe que se abre.

 

La aguada

La punta del pincel
se empapa de tinta.
Suspendido en el aire
imagina un trazo.

Cargado de blancura,
el papel de arroz
renunciará ante el pincel.
Su tiempo es ahora un cuerpo
donde están desnudas el agua y la tierra.

 

Retrato de Seurat

Hoy empiezo a creer
que el punto
fue el inicio de todo.
Luego fue un trazo
el boceto de un mundo
que solo conquistaríamos
con los ojos medio cerrados.
Las palabras evocadas por el cuadro
ahora callan, dicen sin decir,
un paisaje las contiene todas:
la Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte.
Allí aprendimos
que el punto inició
un rostro, una hoja de hierba,
el sol sobre los veleros,
el salto de una gota de agua
sobre las manos abiertas.

 

Una pareja

Acercar una mano a la otra mano
mientras el mundo
lo inventan nuestros ojos.
Mirar el jardín
más allá de nuestros pasos.
Juntar las palabras que nos separan.
Amar el trazo uniforme
que ha tejido una sombra
sobre el cuadro
donde está la noche
de los besos no dados.

 

Una muchacha pintada por Goyō Hashiguchi

I

Aliso mi cabello. Después del baño matutino acariciar la piel es un acto que me acerca a la inocencia. Inocencia, fragilidad; apenas son estos los secretos de mis ojos. Aliso mi cabello. Lo extiendo cual una playa donde la espuma ha bebido las fragancias de la arena. Aliso mi cabello como quien toca la única pertenencia que no le han arrebatado: las palabras, la repentina música en el tacto, en la boca, en lo que calla.

Dejo el peine. Permanezco inmóvil frente a la ventana. Que nadie me acuse de no hablar. Quiero ser la rama que sostiene el aire, la piedra que abraza al río. Esta mañana pasé mis dedos sobre el cesto de uvas maduras. Recorrí la lisura de esas frutas, la hinchazón de su consciencia. Muerdo y mis labios aspiran a la humedad de la tierra. Un aroma lento se encauza en la boca, es un sabor a otoño; la liviana presencia de un alimento, de un impulso acaso. En esa aventura de la uva derramando sus jugos entre mis labios, llegué a comprender la blancura del alma que pide la honestidad de una forma nutricia para saberse alma. Así es como yo, inmóvil, frente a la ventana, mientras aliso mi cabello, descubro el enigma de mi rostro en las cosas que descienden: la lluvia, las hojas resecas, el peso de un ala, la palabra dicha en voz baja para que los cuerpos se acerquen.

 

II

A veces escribo. En las tardes de invierno enredo la madeja. Acumulo su peso en el borde mis dedos. A veces escribo. En otras ocasiones repaso mis colecciones de conchas que pinto de colores. A veces escribo, solo a veces. La mayoría del tiempo vivo, pasajera entre las cosas, lenta en mi respirar. Vivo y estoy más cerca de mí misma, y es ahí donde, a veces, solo a veces, escribo.

 

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«Mirar la sombra que reposa en el borde del cuenco.
Mirar como tocar, como escuchar». Wilson Pérez Uribe

 

Pintura de nenúfares

Hay que construir un puente
para ver la corriente del río.
Sobre el agua
nadarán nenúfares, hojas de olmos,
flores de jazmín y lilas.

El agua viajera
se lleva las palabras
que los ojos no alcanzan a decir.

El pincel
va ordenando la sombra de una nube
sobre la ligereza del agua.
Una mano añade un tono rojo,
otra mano dibuja un pez.
Las dos manos se demoran en el cuadro;
cada pincelada adora a los dioses del aire.

Un nenúfar se aparta,
flota sobre la corriente huidiza.
La mirada va siguiendo el curso liviano
de esa flor. Huye el nenúfar
sobre el agua vegetal,
busca, entre las orillas del mundo,
la sombra tibia de una piedra.

 

Una mano descansa sobre otra mano
Henri Matisse y sus dibujos

 

Cuerpo es el tuyo cuando al sol se mueve
y ojos los míos cuando te contemplo.
Eugenio Montejo

 

Una mano descansa sobre otra mano.
Es mi mano que pasa errante
sobre tu cuerpo.
Lluvia de mi tacto
en la edad de tu rostro.
Palabras mías, idioma de una música
que habita en tus ojos cerrados.
Cuerpo dormido
entre mis brazos.
Recibimos el milagro de estar vivos
del encuentro infinito de nuestras bocas.
Soy un acto donde el decir sobre tu decir
es el de un amor sin horas
que respira en el borde desnudo
de tus manos.

 

Evocación de Remedios Varo

Palpa esta luna que te pinto en la cárcel de tus sueños. La madeja que hilan las estrellas, la filigrana de tejidos solares es una cicatriz en la sombra de tus párpados. Es la media luna lo que pinto: astro tras los barrotes de esta habitación tan vacía de ti. Pueblo tu ausencia con los restos desmenuzados de una luz fugitiva que ya nadie recuerda.

 

Variación sobre Kandinsky

Voy inventando la música
tras cada línea, tras cada círculo.
Un siglo llevo erigiendo
estas pirámides sobre un papel marrón.
Las formas de mi rostro
aspiran a un último dibujo:
la leve ilusión de una tarde
que se apoya en las manos.
Solo me resta trazar la luna,
trazar el sol. Mi cuerpo
es esa mancha de colores fríos
donde la vida tejió planos,
noches, líneas y texturas.
Hoy no sabré leer esa obra
que siempre apunta hacia arriba.
Hoy no sabré poner el dedo
sobre el borde de esa casa habitada.

 


(*) Wilson Pérez Uribe (Colombia, 1992) es licenciado en Literatura y Lengua Castellana de la Universidad de Antioquia. Escribe poesía y ensayo. Sus textos han sido publicados en Colombia, España y México, tanto en antologías de festivales de poesía, como el Festival Internacional de Poesía de Medellín, y en revistas como Revista Universidad de Antioquia, Círculo de Poesía, Alapalabra, La Tagua, Literariedad, entre otras. Una muestra de su poesía ha sido traducida al inglés, al italiano y al portugués. Ha emprendido proyectos de formación y de lecturas en voz alta sobre literatura china y literatura japonesa en la Universidad de Antioquia y en la ciudad de Medellín. Algunas de sus obras son: El amor y la eterna sinfonía del mar (Hombre Nuevo Editores, 2011), Movimientos (Editorial Universidad de Antioquia, 2018), Libro de la mirada (Pre-Textos, 2020).

 

 

Literariedad

Asumimos la literatura y el arte como caminos, lugares de encuentro y desencuentro. #ApuntesDeCaminante. ISSN: 2462-893X.

2 comentarios sobre “«Trigal con cuervos» y otros poemas de Wilson Pérez Uribe

  1. He estado leyendo las revista que gozosamente recibo en mi correo criverach2010@hotmail.com y he encontrado en ellas una forma ágil de hacer llegar cultura a todas las personas que la adquieren o que , como yo, nos llega a nuestro correo como una primicia que Dios nos regala.
    Soy un hombre de 78 años , poeta, con cuatro libros publicados: Semilla de Camino, Instantes azules, El invierno que Faltaba y Raíces de la tarde. Inéditos y en proceso de salir, Fábula desde el bosque en Costa Rica, Hasta el quinto elemento, Apología de la Mirada, Sinfonía del ayer y Aforismos e imágenes poéticas.
    Agradezco la oportunidad de hacerme llegar la revista y con todo respeto solicito me concedan la oportunidad de publicar algunos de mis poemas en tan prestigiosa Revista.

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